Dejé de 'producir' y empecé a vivir
La felicidad que encontré cuando mi carrera se detuvo en seco
Hay una verdad que rara vez admitimos sobre la vida profesional: muchos vivimos en una cinta de correr que va tan rápido que nuestros pies apenas tocan el suelo. Yo vivía ahí. Funcionaba en un piloto automático programado para la eficiencia, con el zumbido constante de las notificaciones como una banda sonora.
Mi valor se medía en tareas completadas y problemas resueltos. Así es como me he sentido muchas veces.
Y entonces, un día, la máquina se detuvo de golpe. Un cambio me expulsó de la cinta y me dejó en un silencio ensordecedor.
La falta de estructura, el vacío, en ese espacio que el pánico inicial amenazaba con devorar, descubrí algo que mi antiguo yo jamás habría creído posible. Encontré un propósito y una calma inesperada en el lugar más improbable: los libros de texto de un temario que, sinceramente, ni siquiera me apasionaba.
Me sumergí y empecé a ver lo que no podía ver cuando estaba en piloto automático. Estaba prácticamente perdida, pero recordé algo que no sabía, pero que lo dejé por hecho en su momento.
Un faro en la niebla
Lo primero que el estudio me regaló fue orden. En contraste con el caos de una bandeja de entrada que nunca dormía, el acto físico de abrir un libro era un ritual de paz. El peso del papel en mis manos, el olor de las páginas, la simplicidad de tener una sola tarea por delante… todo ello se convirtió en un ancla.
En medio de la niebla, de la incertidumbre sobre mi futuro, tener un capítulo que leer o un resumen que hacer era un pequeño faro que me guiaba, día a día, hacia la orilla.
El placer de desaprender
Pronto me di cuenta de que el verdadero aprendizaje no estaba en la materia que estudiaba, sino en los hábitos tóxicos que, sin querer, estaba desaprendiendo.
Estudiar me obligó a parar. Me forzó a concentrarme en una sola cosa durante horas, rompiendo mi adicción a la urgencia. Me enseñó a medir el progreso en comprensión y no en velocidad.
Estaba desmantelando, pieza por pieza, a la profesional que se valoraba por su capacidad de agotarse, para dar paso a una persona que encontraba satisfacción en la profundidad y la paciencia. Por eso, por los puzzles encajan.
Recuperar el timón
Durante años, busqué la validación fuera: en un "buen trabajo" dicho, en una reunión, en un email resuelto, en la aprobación de un superior. El despido me demostró lo frágil que era ese sistema. Estudiar, en cambio, me ofreció una fuente de validación inagotable y totalmente interna. La satisfacción de entender un concepto difícil, la pequeña victoria de terminar un tema, no dependía de nadie más.
Era un diálogo entre el libro y yo. Estaba recuperando el timón de mi propio valor, una sensación de poder personal mucho más real y duradera que cualquier cargo.
Darle un buen trabajo a la mente
Mi mente, a veces, es una cebolla, navega en las profundidades, analiza capará por capa, y llega hasta el núcleo. El problema es que, cuando no le doy una pista clara, ni tampoco la encuentro cuando voy del pasado, presente y futuro.
Pero, el estudio se convirtió en la pista de carreras perfecta para ella. Le dio un trabajo noble, un desafío a su altura.
Canalizó toda esa potencia mental no para sobrevivir, sino para construir. Y una mente con un buen trabajo que hacer es una mente en paz.
Quizás, la lección más profunda de este año en pausa es esta: a veces, la vida nos detiene no para castigarnos, sino para darnos la oportunidad de encontrar un camino mejor, uno que no sabíamos que estábamos buscando.
Cuéntame, si te apetece, en los comentarios o respondiendo a este correo: ¿Qué has tenido que 'detener' para empezar a encontrarte de verdad?
Muchas gracias por leerme, y cuídate mucho.
Hasta pronto
A veces no es que estés perdida, es que vas tan rápido que no puedes ni pensar en qué dirección vas. Parar asusta, pero también ayuda un poco a recolocarte.